domingo, 24 de octubre de 2010

Por entregas. Parte dos

Cuando quiso darse cuenta, Leo había dibujado un pequeño corazón con el bolígrafo sobre el billete de veinte euros que había sacado para pagar. Apagó el cigarrillo con una sonrisa de adolescente impropia de los treinta y cinco años que había cumplido dos días antes y, casi avergonzado de su propia acción, pidió la cuenta, pagó y salió del bar. Encaminó sus pasos calle abajo, despacio, con el desprendimiento y la falta de prisa de a quien no le espera nadie en casa para cenar. La ya cerrada noche había engullido la escasa luz que la farola frente a su portal era capaz de desprender. Sacó las llaves en el preciso instante en el que sonó su teléfono móvil.
- ¡Paco, compañero!, ahora mismo iba a subir a casa, ¿qué te cuentas?.
-Leo, ven a verme cuando puedas, Sancho ha muerto.

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