Stop desahucios

La soga ya no oscilaba,
había puesto un candado a su desgracia
y se tragó la llave
con un vaso de lágrimas.
No quiso socializar sus penas
ni consentir que en sus venas galoparan abogados,
súplicas ni altavoces,
conservó la dignidad del indignado en silencio,
apostó por exiliarse del planeta
y tomar sus decisiones.
Vivo o muerto,
¿ cuál era la diferencia
para los siniestros dedos que firmaron su sentencia?.
Se lo encontró su hermano
como un nudo en un chicote.
Al cabo, los hombres grises
llegaron con los colmillos del desahucio.
Ya era tarde, o muy temprano.
A pie de calle,
huérfanos de razón y de justicia
y viudas de la clemencia y del corazón,
lloraban su desconsuelo
por encima de sus posibilidades.