sábado, 16 de octubre de 2010

Por entregas. Parte uno

Leo Freire la vio a través del ventanal del bar y volvió a pasársele por la cabeza la idea de salir de allí a toda prisa y seguirla calle abajo. Agitaba el azucarillo mientras ella esperaba quieta a que cambiara de color el semáforo de la esquina. Aquel jueves de mediados de diciembre el frío había decidido hacer noche en las avenidas que desembocaban en el puerto, y ella llevaba un largo abrigo rojo sobre el que había dejado caer su interminable melena negra. La vio mirar un instante hacia él, un segundo antes de que el verde del semáforo precipitara el inicio de su ausencia.

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